Algunas reflexiones a raíz de la baja natalidad uruguaya

Algunas reflexiones a raíz de la baja natalidad uruguaya

Nuestro país tiene una de las tasas de natalidad más bajas de América Latina (estando ubicados a nivel global en el puesto 147 entre 227 países de los cuales se cuenta con registros oficiales de nacimientos por cada mil habitantes) y en el último quinquenio (2016 a 2020) venimos en un marcado descenso al respecto, según indican recientes datos del Ministerio de Salud Pública. Esto tiene posibles explicaciones y variadas consecuencias, entre ellas las económicas. Uruguay, que siempre ha sido un país con pocos nacimientos, comienza, a la par, a disfrutar de una mayor longevidad de su población. Pocos jóvenes en el recambio generacional y ciudadanos viviendo más años. El envejecimiento de la población y su insuficiente nivel de “reemplazo” ya comienza a repercutir sobre el sistema de seguridad social. O sea, el problema demográfico es también un problema económico de primera línea. De mantenerse esta caída acelerada de la fecundidad, el Uruguay del 2050 tendría -según escenario que plantea la OPP en documento público del año 2017-, casi el doble de personas mayores de 65 años que jóvenes menores de 15 años. Para ser claros y teniendo en cuenta la expectativa de vida: contaremos con el doble de uruguayos en sus últimos 15 años de vida que con aquellos que están en sus primeros 15 de existencia.

Hace unos años, el entonces vicepresidente Raúl Sendic manifestó públicamente su preocupación sobre el tema, remarcando el rol que juega la clase media, al señalar en un comentado acto partidario que “la clase media no se reproduce, mira televisión”, agregando que si bien hay políticas de apoyo a las clases bajas en relación a la temática, no hay ninguna que apunte a las capas medias. Ciertamente, en tal sector de nuestra sociedad, hacer números no suele ser un estímulo de cara a la paternidad. Sin embargo, y en esto de sacar cuentas, los sectores de menores ingresos siguen siendo quienes tienen más hijos, lo cual reproduce y acentúa brechas de desigualdad social. Comparando quintiles, nuestra sociedad suma constantemente una mayor cantidad de niños nacidos en situación de pobreza. La ecuación resultante supone un grave problema social. Y entraña una dificultad en términos educativos y culturales, que va de la mano de esa brecha generada. Los índices de justicia social se ven claramente resentidos. Este asunto de la tasa de natalidad es también un problema que debería ser abordado decididamente a nivel del campo de la filosofía política.

Respecto de las causas de este fenómeno, se suele indicar como elemento decisivo el del nuevo rol que las mujeres han asumido en las últimas décadas. La maternidad ya no es el horizonte primordial de realización personal, particularmente por el planteo y ejercicio de nuevos desafíos y miradas en cuanto a lo que ser mujer supone, por una decidida incorporación al mercado laboral, por el disfrute de la sexualidad y el mayor control de decisión sobre las posibilidades de embarazo, aspectos que han supuesto un proceso de emancipación respecto de roles tradicionalmente asignados. Y se suele agregar un elemento que en parte se le vincula con este primero: el señalamiento de que las nuevas generaciones no sólo vienen postergando la decisión de ser padres, sino que directamente -tanto hombres como mujeres- es más frecuente que decidan no tener descendencia, a partir de que el proyecto de paternidad/maternidad es visualizado como contrapuesto al de proyectos vitales de alcance más “individualista”. Para ser claros, se señala que cada vez más personas deciden no “complicarse la vida” teniendo hijos, en la medida que entienden postergarán tiempos y placeres vitales en curso o proyectados a futuro. Claro que este punto tiene su contracara argumentativa y hay personas que opinan que traer hijos al mundo es, justamente, un acto de egoísmo y de mera satisfacción personal. Y que el no hacerlo no es un acto de exceso de individualismo, sino incluso de toma de conciencia colectiva.

Lo cierto es que la idea de un mayor conocimiento de nuestra sexualidad y su libre ejercicio, en el marco de una sociedad que viene ganando terreno en materia de derechos sexuales y fomenta la idea de un proyecto de liberación personal respecto de los mandatos sociales establecidos en otros momentos de su historia, es parte vital de la comprensión del asunto. Y, por supuesto, también en esta cuestión del conocimiento y la emancipación entran en juego aspectos vinculados a orígenes y condicionantes socioculturales. No por casualidad los sectores más vulnerables siguen siendo los que más hijos tienen. Claramente, como en otras cuestiones, las limitantes en relación a la toma de decisiones más plenas son mayores en los quintiles bajos de nuestra comunidad.

Fuera de estos y otros aspectos que usualmente se abordan al tratar el tema, quisiera detenerme en este tramo sobre la paternidad/maternidad en términos del tan humano deseo de trascendencia, que parece resultar un elemento central de la subjetividad. Y quizás, un primer punto de reflexión sobre esto nos indique que tenemos una sociedad que también ha variado el enfoque: asistimos, así parece, al desarrollo de una perspectiva que contempla menos la trascendencia a través de la otredad. O sea, una subjetividad que no se visualiza a sí misma en un otro como un modo de trascender (o de “inmortalizarse”, como también ha sido concebido, por ejemplo, el hecho de la descendencia. Ya lo saben: plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo). La misma posibilidad de creación de otra vida a partir de la nuestra, un acto que nos emparenta con las mismísimas divinidades, ya no aparece como un elemento obvio de ese deseo de trascender, sino que el deseo cada vez más es proyectado sobre la propia existencia sin ningún otro que certifique trascendencia vital alguna. Aquí, ahora y yo mismo, siendo creador de un proyecto vital que solo me atañe y me contempla a mí.

Sin embargo, vale acotar, esta misma sociedad es la que nos arroja miles y miles de casos de fertilización e inseminación artificial, miles y miles de solicitudes de adopción, de búsquedas obsesivas -en muchos casos- de alcanzar la maternidad y paternidad. La globalización de movimientos contrapuestos e incluso pendulantes en la que vivimos, también queda al descubierto en este tema.

A su vez, en la esencia de la paternidad/maternidad hay un movimiento que va desde el yo al otro, en un ida y vuelta cuya complejidad refleja, en su aspecto más íntimo, lo que sucede también a nivel macrosocial: la intrincada relación entre dos personas que siendo distintas son al mismo tiempo una unidad de trascendencia, es una lectura trasladable al vínculo entre el individuo y la sociedad, donde somos distintos y conformamos a su vez una unidad colectiva que nos trasciende como sujetos, pero a la cual aportamos de manera única. Somos y no somos nuestro hijo, somos y no somos la sociedad.

(...) En tiempos donde a los individuos cada vez les resulta más complicado lidiar consigo mismo, la paternidad o maternidad suele ser vista con cierto recelo. Y es un desafío que con mayor frecuencia se viene postergando, ejerciendo en lo mínimo posible o directamente abandonando, al menos en nuestras tierras. Si para algunos esa situación puede ser leída en términos de características del exacerbado individualismo de la época, para otros puede ser un síntoma de madura responsabilidad, incluso con la sociedad y la especie.

Autor: Pablo Romero García

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