Comencé a caer precipitadamente al vacío, mis gritos eran mudos, mis manos no alcanzaban a asirse a nada por más que buscaba, caía sin control hacia el fondo de un abismo. Mi terror y mi angustia se colapsaban en el nudo que se formaba en mi estómago, esa sensación de caída libre en la cual sientes las vísceras moverse dentro de ti. Balbuceaba lo poco que me acordaba de esas oraciones que me habían enseñado alguna vez de niño, mis plegarias se volvieron suplicas, pedía que mi muerte fuera rápida y sin dolor al tocar el suelo.
Mientras caía escuchaba susurros lejanos que me decían “no tengas miedo, todo va a estar bien”. No supe sí creerles, más bien no podía, seguía cayendo hacia el vacío hacia una muerte segura.
Mientras caía escuchaba susurros lejanos que me decían “no tengas miedo, todo va a estar bien”. No supe sí creerles, más bien no podía, seguía cayendo hacia el vacío hacia una muerte segura.
Sentía que la caída era demasiado larga, un abismo profundo y oscuro, pero sabía que todo acabaría pronto al tocar fondo. Comencé entonces a ver los momentos más importantes de mi existencia, dentro de mi cabeza empezaron a aparecer imágenes de mi infancia, mi juventud y personas queridas. Sabía entonces que estaba viendo el minuto más importante de mi vida. Ese que dicen que ves antes de morir.
Las imágenes se disiparon de pronto. Mi caída continuaba, no tenía noción del tiempo, pero seguía cayendo y no llegaba al fondo, me percate que el efecto súbito de caída en el estómago había desaparecido, que el minuto en el cual había visto transcurrir toda mi vida ya había pasado hace como cinco minutos y todavía seguía cayendo.
¿Qué había hecho para llegar a esto?, el silencio de mis pensamientos no me daba respuesta, caía sin sentido y sin razón a causa de la inercia de la gravedad. ¿Desde dónde estaba cayendo?, ¿en qué momento di ese paso en falso y empecé a caer? ¿acaso estaba soñando? Era lo más sensato, un sueño, pero ¿por qué no despertaba? Si uno se despierta al caer ¿por qué seguía durmiendo? Sólo sabía que me precipitaba por un abismo oscuro hacia mi irremediable final.
Pero el final no llegaba, seguía cayendo sin control alguno, sin posibilidad de nada, sólo cayendo. No tenía idea de cuanto tiempo llevaba precipitándome al vacío, pero una eternidad empezó a asirse a mi pecho ¿qué estaba pasando? La sensación de angustia y vacío en las tripas volvió a apoderarse de mí. No podía detenerme y nada me detenía. Miraba a mi alrededor buscando indicios de algo que me diera una pista de dónde estaba o las dimensiones de mi peculiar prisión, pero no había nada, sólo vacío o lo que pensé era vacío.
Caía pecho arriba y decidí entonces cerrar mis ojos, voltear mi cuerpo para caer pecho abajo, así podría ver hacia donde me dirigía. Moví mi cuerpo, extendí mis brazos cual ave y abrí mis ojos... Nada. Ningún indicio de tener un fin. Cavilaba en mi infortunio cuando me di cuenta que la terrible sensación de caída había nuevamente desaparecido. Comencé entonces a dejarme llevar, a dejar de poner resistencia y sentir el viento. Pensé: “no estoy cayendo, estoy volando, soy libre” y con este pensamiento seguí cayendo por el abismo.
Comenzaba a disfrutarlo cuando de pronto empecé a escuchar esos susurros distantes a mi alrededor que me sacaron de mi ensoñación. Me parecía escuchar una historia, tardé un rato en reconocerla, era Grandes Esperanzas de Dickens, se escuchaba muy lejos, pero alcanzaba a distinguir las palabras, sentí como si una mano rozara mi frente, abrigué algo de tranquilidad, pensé que no estaba sólo en la inmensidad, pero la sensación de vacío volvió a apoderarse de mí, la caída sin fin se convirtió en un martirio. Sólo quería llegar al final del abismo, sí es que lo había.
Las voces iban y venían. No tenía idea cuanto tiempo llevaba cayendo, pero sentía mi barba más profusa y mis ropas algo rasgadas, seguramente por la acción del viento. Intentaba no aburrirme cuando las voces se iban. Hice versos sin esfuerzo y compuse canciones que me cantaba solo. Cuando me aburría de cantar, empezaba a recitarme a mi mismo mi vida, desde el primer recuerdo de la infancia, hasta el último que recordaba. Pensaba que quizá haciendo esa remembranza podría recordar algo que me diera un indicio de cómo había llegado a caer en este abismo. Lo único que encontré fueron un sin fin de momentos perdidos y olvidados que decidí volver a perder y olvidar por su naturaleza triste y nostálgica.
Así empezó a transcurrir el tiempo, si es que lo había, pues ni el frío ni el hambre estaban al asecho, aunque sentía mi cabello más largo y mis ropas más rotas. Las voces lejanas iban y venían junto con el efecto de vértigo. A veces las odiaba y otras las esperaba con anhelo. Se volvieron mi única referencia al tiempo que llevaba en mi encierro, las voces ya habían terminado de leer la esperanzadora historia de Dickens, continuaron con Historia de dos ciudades, luego Los Miserables, y otros títulos que no recuerdo y ahora estaban relatando el Retrato de Dorian Gray. Sí habían pasado semanas, meses o años, no lo tenía muy claro. Pero llevaba tanto tiempo cayendo que empecé a fastidiarme. Por lo que decidí tratar de dormir, con tal de que el tiempo pasara más aprisa.
En mis sueños soñaba que me despertaba a las siete de la mañana, tomaba una ducha, un parco desayuno y me dirigía como todos los días a mi trabajo en la editorial, salía a las dos de la tarde a comer con algunos compañeros de oficina, regresaba a mi puesto, terminaba a las seis y me dirigía a casa con algunos libros en mano para revisión, pasaba la tarde leyendo y en la noche encendía un rato el televisor mientras cenaba un sándwich. Terminaba, subía a mi habitación, me ponía mi ropa de dormir y me acostaba en la cama… cuando despertaba de mi sueño seguía cayendo sin control. Todos los días soñaba lo mismo, con diferentes variantes, pero al final era la misma rutina.
Pero un día o una noche, no lo sé, tuve un sueño en particular en el cual tenía tanta prisa de llegar a tiempo a una cita con una mujer que había conocido hace unos pocos días en la oficina y que por fin se había animado a invitar a salir, que no me percataba que un auto a toda velocidad se abalanzaba sobre de mí. En mi sueño mis amigos y familiares me decían “No tengas miedo, todo va a estar bien” yo sentía mucha humedad en mi cabeza.
Fue entonces cuando me desperté de ese sueño. Seguía cayendo como siempre, pero esta vez llegaron a mí recuerdos intermitentes de sirenas rojas y azules, paramédicos y gritos, recordé que miraba el techo de un pasillo azul viendo pasar luces unas tras otras. Mi madre, María, a mi lado diciéndome “No tengas miedo, todo va a estar bien”, una puerta cerrándose detrás de mí y un médico poniéndome una mascarilla en la cara.
Mientras recordaba todo esto, vi para mi gran sorpresa algo en el vacío, vi lo que creí era el suelo, algo brillaba, algo había al fondo del abismo. Mi corazón empezó a acelerarse, mi emoción era tanta que no pude más que gritar de felicidad, ¡era el fin! Estaba a unos segundos de distancia del suelo, cerré mis ojos y esperé…
El ruido del golpe seco que produjo el libro al caer de las manos de María, la despertó. El sonido del monitor hacia eco por toda la habitación. Algo había cambiado.
– ¡Enfermera, enfermera! – comenzó a gritar.
No había pasado ni un minuto cuando a la habitación llegaron dos enfermeras y el doctor de turno. María los observaba atenta. Aquel séquito movía de un lado a otro sus cabezas, torciendo sus bocas, exclamando. Miraban de reojo a María, bajaban la mirada, volvían a mirarla. El doctor se acercó a ella, iba a decirle algo, pero ella no lo dejó. No tenía que decirle nada. No había nada que decir.
Blog: Desmenuzadores
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